Domingo. 8:30 de la tarde.
Bajo del bus y conecto la música. Pongo dirección a casa
pero por culpa de Willy decido no dejar que se calle el maestro, y mientras
Joaquín me sigue recordando tus besos de Judas, mis pies se desvían. Lo primero
que deciden es ir en su busca, pero les recuerdo que saben exactamente donde
buscarle y recalculan ruta.
La canción ha acabado pero ellos siguen andando, y ahora es
Ramón quien que parece querer recriminarme que esta semana no he sacado a
Sumlaris de su funda.
Debería volver.
Pero no.
Miro el móvil.
Total, no me esperan hasta dentro de un rato, así que dejo
que mis pies sigan andando sin preguntarles a dónde, hasta que enfilan el paseo
por el que tantas veces nos quisimos y por dónde te dedicaste a esparcir los
pedazos de mi corazón, una lágrima se suicida por mis mejillas.
Muchas más le siguen y cuando quiero darme cuenta estoy
sentada en ese último lugar donde sentí que te importaba llorando a lágrima
viva.
Hoy no estas para abrazarme, hoy no te veré llorar, ni hoy,
ni seguramente nunca más, no por mí.
Y sin embargo todos los recuerdos en ese paseo, en esa
playa, se concentran y siento que vienen a abrazarme.
Vuelvo a mirar el móvil, necesito hablarte, quiero llamarte
y que me oigas llamar. Pero sé que no me consolarás, y aunque me valdría que me
mandaras a la mierda no soy capaz de marcar tu número. Llevo casi dos meses sin
oír tu voz y…no puedo.
Llevo demasiado tiempo fingiendo ser fuerte de seguido, pero
cierro los ojos y tiemblo sintiendo tu mano en mi cintura.
Por eso sigo llorando, desechando la idea de ponerme en
contacto contigo. Me limito a deshacerme mientras Malú me cuenta eso que ya sé,
que solo tú podrías arreglar este matojo de nervios en el que me convertiste.
El tiempo se detiene.
Las farolas alumbran pobremente el paseo del Arbeyal, y
apenas 5 personas pasean despreocupadas sin percatarse de la presencia de la
niña que llora desconsoladamente, echa un ovillo en un banco de piedra.
Doy un trago a la botella, como si la Coca-Cola pudiera
ahogar mis penas. Mañana me arrepentiré de haber tomado cafeína, pero ahora
casi me parece que sería mejor que no llegara a mañana.
No puedo hablarte, así que hago lo que único que me ha
mantenido con vida y relativa cordura desde que te fuiste.
Saco el permanente negro del bolso.
¿Para qué quieres
gastar dinero y tener que cargar con eso siempre? Me pregunta un recuerdo.
Pongo las iniciales que aun no he borrado de mis lápices
porque me he acostumbrado tanto a ellas que si no ya no sabría cuáles son míos.
Debajo las de la mujer que aún no te ha olvidado y tras rodearlas con el órgano
que aunque rompiste sigue latiendo en gran medida por ti coloco la fecha a
partir de la que un día creí que sería feliz para siempre.
Las lágrimas no dejan de correr por mis mejillas mientras el
rotulador se desliza por la piedra sobre la un día me abrazabas, escribiendo un
epitafio a mis ilusiones.
Ya ni sé que hora es, y ahora es Lorca quién se burla de mi
dolor hablando de ese tren que soy incapaz de coger.
Acabo escribiendo las razones de Carlos Salem, porque las
mías no caben en todas las piedras del paseo.
Maldigo a la luna, a los enamorados, a tu espalda que aún
imagino con mis cicatrices y a mis deudas.
Escribo de nuevo nuestro número que últimamente siempre cae
en luna llena.
Miro el reloj. Al final vas a hacer que vuelva a llegar
tarde.
Fotografía parcialmente mi arrebato, sé que la lluvia en el
norte impide que estas cosas igual que nosotros sean verdaderamente
permanentes.
Otro trago.
Que mal me veo.
Sujeto los pedazos y me levanto tratando de no tropezar con
el orgullo y la dignidad que he dejado tirados por el suelo.
Tras unos segundos reasimilo la realidad y pongo rumbo a
casa mientras Sergio me consuela con bonitas palabras.
Una calle antes me seco las lágrimas, no puedo enfrentarme a
mi familia con esta cara, se supone que te he superado, o al menos creo que
casi he logrado que lo piensen. Acabo la botella, necesito un sabor dulce en la
boca.
Bajo los cascos mientras cruzo la puerta.
La mochila esta hecha y a pesar de todo mi sonrisa es
sincera cuando abrazo a la responsable de ello.
Me la cargo a la espalda y según salgo por la puerta Maná
remata mi estado de animo, y yo recorro la calle de mi casa en la dirección
contraria a la que lo hacía contigo mientras trato de creer que un día me
quisiste.
Esta vez no dejo que acabe la canción, ponen viajando con
Chester, y no pienso perdérmelo, hoy no puedo seguir rompiéndome en pedazos por
ti.
El dolor es el más poderoso catalizador del alma.
ResponderEliminarNo hay grandeza sin dolor.
No me interesa un corazón sin cicatrices.
La mujer que ha sentido y hace poesía con los jirones de sí misma me seduce.
La niñata que desconoce la pérdida, el duelo, el abismo, la desdicha o el no poder respirar... Ésa no.
Así que empieza a pensar en todo lo que el dolor ha hecho (está haciendo) por ti.